EL
GRAN DEBATE Y EL AGIT-PROP NEOLIBERAL
No
veo la tele, pero si lo hiciera, creo no perdería mi tiempo con "El Gran
Debate", un programa que, bajo la apariencia de un espacio riguroso donde
se tratan temas de actualidad, sólo sirve para que tertulianos gritones y
desquiciados suelten las consignas demagógicas que les dicta el partido o el
periódico para el que trabajan y donde los asuntos importantes que nos atañen a
todos terminan siendo tratados al más puro estilo "Sálvame Deluxe"
(si sustituyeran a Jordi González por Jorge Javier Vázquez y a Isabel
Sansebastián por Belén Esteban nadie notaría la diferencia). Pero claro, ¿cómo
es que yo que no lo veo nunca sé de qué va y qué niveles de demagogia y
ordinariez alcanza? Porque los sábados por la noche Twitter y Facebook se
colapsan con mensajes que hablan de la tertulia de marras y, sobre todo, de los
comentarios que profieren sus participantes. Muchas veces, fieles a aquello de
que el medio es el mensaje, más que de lo que dicen, se hace más hincapié en cómo
lo dicen y por medio de qué estratagemas dialécticas pretenden defender unos y
otros tertulianos (se da por hecho que hay un fifty fifty de derechas e
izquierdas) sus opiniones.
Parece
que el tema estrella de anoche fue el de las movilizaciones en defensa de la
Sanidad Pública que se están llevando a cabo en todo el país, pero muy
especialmente en la Comunidad de Madrid, donde una horda de tiburones empresariales
quiere sacar hasta la última perrilla a costa de las necesidades sanitarias de
los ciudadanos con el apoyo y colaboración (en todos los sentidos) del Gobierno
autonómico, que quiere cerrar hospitales públicos y, sobre todo,
"externalizar" servicios.
Contaban
algunos tuiteros a los que sigo que el principal ¿argumento? al que se
agarraban como un clavo ardiendo los tertulianos de la bancada de derechas era
que lo único que buscaban médicos, enfermeros y usuarios era defender los
"privilegios" de los profesionales de la Sanidad pública y que, por
tanto, estos estaban manipulando a todos los que secundaban las protestas en
beneficio propio (salvaguardar sus citados "privilegios") mientras
los pacientes sufrían las consecuencias. Esta bocanada se desmonta fácilmente
si tenemos en cuenta que los profesionales de la Sanidad, como el resto de
empleados públicos, llevan ya dos años sufriendo constantes bajadas en su
sueldo y que ha sido ahora, cuando se está produciendo un ataque directo a los
servicios públicos por medio de recortes y privatizaciones encubiertas (la
neolengua pepera las denomina "externalizaciones"), cuando se han
producido las movilizaciones más importantes, organizadas y sostenidas. Por
otra parte, hay que recordar estas movilizaciones no están siendo secundadas sólo
por trabajadores de la Sanidad pública, sino también por usuarios de dicha
sanidad que ven como una conjunción de gobernantes corruptos y empresarios
avariciosos pretende desmontar un servicio público que, mantenido por los
impuestos de todos (más de las clases populares que de los ricos, por el fraude
fiscal de estos), ha demostrado ser uno de los mejores del mundo y es
imprescindible para toda sociedad que se tenga por desarrollada.
No
obstante, la estrategia de estos voceros de derechas (cuyos medios de
“comunicación” son cómplices de ese poder político y económico que puede sacar
tajada del fin del Estado del Bienestar) consiste en ignorar el hecho de que
las protestas cuentan con el apoyo de gran parte de la ciudadanía para
centrarse en presentar a médicos, enfermeros y ATs como
"privilegiados" por disfrutar de unas supuestas bicocas como sueldos
relativamente elevados, buenos horarios, derechos sindicales, etc. En primer
lugar, habría que invitar a dichos voceros a que comprueben si eso de lo que
hablan es cierto (quizás de algunos turnos de guardia cambiaran de parecer).
Después habría que preguntarles qué entienden ellos exactamente por
"privilegios". Esto último nos lleva a una reflexión más general
todavía.
Personajes
como los que ayer arremetían anoche contra los profesionales que protestan en
Madrid no son sino meros portavoces de la ideología dominante, el
neoliberalismo, que no deja de ser una puesta al día de ese capitalismo que,
tras la caída del muro de Berlín, volvió a ser el sistema hegemónico en el
mundo. Uno de los pilares de la teoría y la práctica neoliberal es el ninguneo
y depreciación del valor del trabajo asalariado: Hay que acumular riquezas a
toda pastilla y ante eso el hecho de que haya que pagar salarios es un
obstáculo molesto que conviene sortear como sea. Una de las formas para
aumentar los márgenes de beneficios es precisamente ahorrar en los sueldos de
empleados. Estos deben resignarse a cobrar menos, por mucho que trabajen más, ya
que la alternativa es pasar a engrosar las listas del paro, una perspectiva
terrorífica en un país donde la mayoría de la población está hipotecada hasta
las cejas por la vivienda y el sueldo, aunque mengüe cada día, es la única
garantía de ir cumpliendo con los pagos al banco y no quedarse en la calle.
Desde
el punto de vista ideológico neoliberal, la existencia de empresas y
trabajadores públicos es un impedimento,
un escollo y un desafío en toda regla. Primero, porque con unos servicios
públicos garantizados por el Estado, el sector privado (sobre todo la gran
empresa, que es la que termina cortando siempre el bacalao) pierde
oportunidades para hacer negocios en ámbitos básicos y esenciales como
Educación, Sanidad, Pensiones u Obras Públicas, Dependencia, etc., aunque su
entrada en estos campos pueda suponer a corto o largo plazo que un alto
porcentaje de la población no pueda acceder a ellos. Por otra parte, que haya
unos profesionales (los públicos) que tengan unas condiciones laborales
medianamente dignas cuestiona y pone en entredicho la concepción del mundo de
trabajo que los gurús del libre mercado nos están imponiendo en los últimos
años, basada exclusivamente en la consabida y cacareada “productividad” a base
de sueldos míseros, horarios abusivos y desamparo total del trabajador ante la
ley, con unos sindicatos con cada vez menos poder y capacidad para negociar.
De
ahí que periodistas se desgañiten poniendo a parir a aquellos trabajadores de
la Sanidad pública que protestan contra el cierre de hospitales públicos y la
“externalización” (o “privatización”, como se le ha llamado de toda la vida) de
la gestión de los servicios sanitarios públicos acusándolos de egoístas y,
sobre todo, “privilegiados”. Ésta es la palabra mágica: En un momento en el que
gran parte de los trabajadores está viendo cómo sus condiciones laborales empeoran
día a día o directamente va al paro, no hay nada que le venga mejor al poder
económico (grandes empresas, bancos, etc.) que fomentar la envidia, incluso el
odio, a los empleados públicos. Es la mejor maniobra de distracción. Denunciémosla
y evitemos así hacerle el juego a gente interesada en hacer negocio a costa de
algo tan vital como nuestra salud.