domingo, 16 de diciembre de 2012


  EL GRAN DEBATE Y EL AGIT-PROP NEOLIBERAL

                No veo la tele, pero si lo hiciera, creo no perdería mi tiempo con "El Gran Debate", un programa que, bajo la apariencia de un espacio riguroso donde se tratan temas de actualidad, sólo sirve para que tertulianos gritones y desquiciados suelten las consignas demagógicas que les dicta el partido o el periódico para el que trabajan y donde los asuntos importantes que nos atañen a todos terminan siendo tratados al más puro estilo "Sálvame Deluxe" (si sustituyeran a Jordi González por Jorge Javier Vázquez y a Isabel Sansebastián por Belén Esteban nadie notaría la diferencia). Pero claro, ¿cómo es que yo que no lo veo nunca sé de qué va y qué niveles de demagogia y ordinariez alcanza? Porque los sábados por la noche Twitter y Facebook se colapsan con mensajes que hablan de la tertulia de marras y, sobre todo, de los comentarios que profieren sus participantes. Muchas veces, fieles a aquello de que el medio es el mensaje, más que de lo que dicen, se hace más hincapié en cómo lo dicen y por medio de qué estratagemas dialécticas pretenden defender unos y otros tertulianos (se da por hecho que hay un fifty fifty de derechas e izquierdas) sus opiniones.

                Parece que el tema estrella de anoche fue el de las movilizaciones en defensa de la Sanidad Pública que se están llevando a cabo en todo el país, pero muy especialmente en la Comunidad de Madrid, donde una horda de tiburones empresariales quiere sacar hasta la última perrilla a costa de las necesidades sanitarias de los ciudadanos con el apoyo y colaboración (en todos los sentidos) del Gobierno autonómico, que quiere cerrar hospitales públicos y, sobre todo, "externalizar" servicios.

                Contaban algunos tuiteros a los que sigo que el principal ¿argumento? al que se agarraban como un clavo ardiendo los tertulianos de la bancada de derechas era que lo único que buscaban médicos, enfermeros y usuarios era defender los "privilegios" de los profesionales de la Sanidad pública y que, por tanto, estos estaban manipulando a todos los que secundaban las protestas en beneficio propio (salvaguardar sus citados "privilegios") mientras los pacientes sufrían las consecuencias. Esta bocanada se desmonta fácilmente si tenemos en cuenta que los profesionales de la Sanidad, como el resto de empleados públicos, llevan ya dos años sufriendo constantes bajadas en su sueldo y que ha sido ahora, cuando se está produciendo un ataque directo a los servicios públicos por medio de recortes y privatizaciones encubiertas (la neolengua pepera las denomina "externalizaciones"), cuando se han producido las movilizaciones más importantes, organizadas y sostenidas. Por otra parte, hay que recordar estas movilizaciones no están siendo secundadas sólo por trabajadores de la Sanidad pública, sino también por usuarios de dicha sanidad que ven como una conjunción de gobernantes corruptos y empresarios avariciosos pretende desmontar un servicio público que, mantenido por los impuestos de todos (más de las clases populares que de los ricos, por el fraude fiscal de estos), ha demostrado ser uno de los mejores del mundo y es imprescindible para toda sociedad que se tenga por desarrollada.


                No obstante, la estrategia de estos voceros de derechas (cuyos medios de “comunicación” son cómplices de ese poder político y económico que puede sacar tajada del fin del Estado del Bienestar) consiste en ignorar el hecho de que las protestas cuentan con el apoyo de gran parte de la ciudadanía para centrarse en presentar a médicos, enfermeros y ATs como "privilegiados" por disfrutar de unas supuestas bicocas como sueldos relativamente elevados, buenos horarios, derechos sindicales, etc. En primer lugar, habría que invitar a dichos voceros a que comprueben si eso de lo que hablan es cierto (quizás de algunos turnos de guardia cambiaran de parecer). Después habría que preguntarles qué entienden ellos exactamente por "privilegios". Esto último nos lleva a una reflexión más general todavía.

                Personajes como los que ayer arremetían anoche contra los profesionales que protestan en Madrid no son sino meros portavoces de la ideología dominante, el neoliberalismo, que no deja de ser una puesta al día de ese capitalismo que, tras la caída del muro de Berlín, volvió a ser el sistema hegemónico en el mundo. Uno de los pilares de la teoría y la práctica neoliberal es el ninguneo y depreciación del valor del trabajo asalariado: Hay que acumular riquezas a toda pastilla y ante eso el hecho de que haya que pagar salarios es un obstáculo molesto que conviene sortear como sea. Una de las formas para aumentar los márgenes de beneficios es precisamente ahorrar en los sueldos de empleados. Estos deben resignarse a cobrar menos, por mucho que trabajen más, ya que la alternativa es pasar a engrosar las listas del paro, una perspectiva terrorífica en un país donde la mayoría de la población está hipotecada hasta las cejas por la vivienda y el sueldo, aunque mengüe cada día, es la única garantía de ir cumpliendo con los pagos al banco y no quedarse en la calle.

                Desde el punto de vista ideológico neoliberal, la existencia de empresas y trabajadores  públicos es un impedimento, un escollo y un desafío en toda regla. Primero, porque con unos servicios públicos garantizados por el Estado, el sector privado (sobre todo la gran empresa, que es la que termina cortando siempre el bacalao) pierde oportunidades para hacer negocios en ámbitos básicos y esenciales como Educación, Sanidad, Pensiones u Obras Públicas, Dependencia, etc., aunque su entrada en estos campos pueda suponer a corto o largo plazo que un alto porcentaje de la población no pueda acceder a ellos. Por otra parte, que haya unos profesionales (los públicos) que tengan unas condiciones laborales medianamente dignas cuestiona y pone en entredicho la concepción del mundo de trabajo que los gurús del libre mercado nos están imponiendo en los últimos años, basada exclusivamente en la consabida y cacareada “productividad” a base de sueldos míseros, horarios abusivos y desamparo total del trabajador ante la ley, con unos sindicatos con cada vez menos poder y capacidad para negociar.



                De ahí que periodistas se desgañiten poniendo a parir a aquellos trabajadores de la Sanidad pública que protestan contra el cierre de hospitales públicos y la “externalización” (o “privatización”, como se le ha llamado de toda la vida) de la gestión de los servicios sanitarios públicos acusándolos de egoístas y, sobre todo, “privilegiados”. Ésta es la palabra mágica: En un momento en el que gran parte de los trabajadores está viendo cómo sus condiciones laborales empeoran día a día o directamente va al paro, no hay nada que le venga mejor al poder económico (grandes empresas, bancos, etc.) que fomentar la envidia, incluso el odio, a los empleados públicos. Es la mejor maniobra de distracción. Denunciémosla y evitemos así hacerle el juego a gente interesada en hacer negocio a costa de algo tan vital como nuestra salud.